martes, 1 de marzo de 2016

ARTÍCULO XXIV. (LA PRIMERA GUERRA MODERNA). HÉROES DE CUATRO PATAS (O DOS ALAS). MASCOTAS EN GUERRA

Monumento "Goodbye Old Friend" (Adiós viejo amigo), dedicado a la figura del Caballo.
Memorial de Chipilly, 58º División "London"británica. Somme. Picardía. Francia.

Como hemos visto en las anteriores entradas de este blog, la Primera Guerra Mundial se convertiría en un auténtico infierno de destrucción, fuego, barro y muerte para sus protagonistas, los soldados que vivían (y morían) día a día en las trincheras. La insoportable soledad del soldado en la trinchera, rodeado de compañeros a los que veía morir, asediado por pensamientos sobre su próxima y segura muerte, sobre las terribles heridas y mutilaciones que podían sobrevenirle en cualquier momento, por el frío, la lluvia, la impotencia ante la situación en que se encontraba, por vivir como (y rodeados de) ratas, se veía atenuada en parte gracias a las mascotas que las unidades adoptaban como compañeros.

Perros y gatos, principalmente, aunque también pájaros, tortugas y otros animales, ayudaban a los hombres a sobrellevar la seguridad de su perdición y final próximo. Mascotas que, como conocen todos aquellos que hemos tenido un pequeño compañero, aportan su cariño y amistad independientemente de la terrible situación que les tocaba vivir.

Muchos millones de animales colaborarían al esfuerzo de guerra, como mascotas en las unidades en la primera línea del frente, o como trabajadores eficientes y disciplinados, dispuestos siempre a acompañar a sus compañeros de dos patas hasta el final. Caballos, mulas, palomas, perros y otros animales, realizarían algunas de las tareas más ingratas y peligrosas de la guerra, transportando pesados obuses o enormes cargas a la línea de frente, llevando a sus jinetes hasta su destino final, o transportando mensajes donde los seres humanos ni tan siquiera se plantearían llegar.

Millones de ellos perecerían en una guerra que se identifica por lo absurdo de las cifras, cifras de bajas inútiles, cifras de exiguos metros ganados en cada ofensiva a cambio de un gigantesco coste humano y material, cifras de proyectiles lanzados por millones sobre el enemigo, sobre la pobre tierra, que sufriría en silencio el demoledor castigo al que los hombres, en su locura, la sometían.

Sirva esta entrada como homenaje a todos aquellos compañeros que nunca se plantean dejarnos en la estacada, que nos acompañan hasta que, extenuados por el viaje, rinden su último servicio con una sonrisa, auténticos héroes de cuatro patas (o dos alas).

ANIMALES DE CARGA. EL TRABAJO MÁS INGRATO:
Transporte de suministros en un océano de barro.
Passchendaele. Flandes. 1917.
La logística es la ciencia militar que se ocupa del movimiento de los ejércitos, su transporte y su mantenimiento. Por tanto, es uno de los puntos fundamentales que debe atender cualquier ejército durante un conflicto armado; lo era en la época del Imperio Romano, y lo es en cualquier conflicto del siglo XXI. Durante siglos, el único medio de transportar por tierra y abastecer a los ejércitos con los suministros necesarios para mantenerse en batalla, consistía en los animales de carga, normalmente burros, bueyes, mulas y caballos que trasladaban dichos materiales a lo largo de las rutas establecidas. 

De hecho, Roma construiría esa maravilla de la ingeniería que son las calzadas romanas, con el objetivo de facilitar el movimiento de tropas, carros de suministros y mensajeros entre la capital y sus provincias.

Mula alemana con protección antigas.
Al inicio de la Primera Guerra Mundial, el principal método para transportar los vitales suministros y trenes de artillería hasta la línea de frente fueron los animales de carga, y entre ellos, principalmente, el caballo. Según la guerra fue avanzando, la devastación de las líneas de suministro y el barro que las inundaba complicaría esta ardua tarea, haciéndola extraordinariamente peligrosa y obligando a los ejércitos contendientes a ejecutarla principalmente de noche, a fin de evitar la matanza que la artillería enemiga dispensaba entre animales y hombres en las líneas de comunicación con las trincheras. Cuando la guerra se volvió estática, fue más sencillo el avanzar las líneas férreas cerca del frente, facilitando los movimientos de la artillería, pero aun así, el músculo animal siguió uniendo las cabeceras de ferrocarril con las baterías y la primera línea.

La presencia de vehículos de motor comenzó a hacerse más habitual según avanzaba la guerra. La locomoción aun se encontraba en pañales en 1914, con parques automovilísticos muy pequeños entre las naciones contendientes. Sin embargo, hacia el final del conflicto, especialmente tras la llegada a Europa de las tropas estadounidenses, se significó un gradual aumento del número de camiones en labores de transporte, relegando en parte a los animales a funciones más localizadas.

...hasta sucumbir reventados por el esfuerzo.
El caballo sería el animal utilizado principalmente por todas las naciones para la carga y transporte de los vitales recursos necesarios para la batalla. Se calcula que unos 9.000.000 de caballos, así como infinidad de mulas, bueyes y burros, morirían durante el conflicto al servicio de los trenes de suministro y artillería (y unidades de caballería) de los ejércitos contendientes. Que animal sería usado en cada caso, lo determinaba la escasez de unos u otros ejemplares, las condiciones extremas del terreno, la ubicación física de la campaña, y otros aspectos secundarios. Así, era fácil ver camellos en funciones de transporte en el Oriente Medio, o ver más mulas que caballos en los frentes de Salónica, los Dardanelos o italiano, donde el terreno era muy quebrado y difícil.
Cartel Promocional de la película "War Horse". Steven Spielberg. 2011
La tarea sería terrible para los desafortunados animales de carga, especialmente en el terrorífico Frente Occidental. Es posible que todos tengamos en mente las imágenes de la película “War Horse” (Steven Spielberg, 2011), o las narraciones de Joey, el caballo protagonista, en la novela escrita por Michael Morpurgo en 1.982, de los caballos tirando de enormes piezas de artillería sobre el barro, castigados por las cinchas y las argollas, sangrando, sudando, subiendo empinadas cuestas hasta sucumbir reventados por el esfuerzo. No es una exageración, ya que las pobres bestias de carga quedaban (y muchas veces morían) empantanadas en auténticos océanos de barro y vísceras, sepultados bajo el peso extremo de las cargas, reventados por el esfuerzo y destrozados por los proyectiles de la artillería enemiga. Era un sufrimiento constante para animales y cuidadores, los cuales veían caer a sus compañeros de cuatro patas uno tras otro, cuando el vínculo creado entre aquellos seres que lo daban todo por cumplir con su deber y los humanos que los cuidaban era tan fuerte como el de los soldados en las trincheras.

No obstante, no todos los animales de carga tuvieron tareas tan terribles como llevar los suministros en medio de un lodazal infranqueable o trasladar enormes cañones a lugares imposibles. Las bestias de carga también consiguieron salvar muchas vidas, habilitadas como ambulancias de emergencia, tirando de carros que trasladaban a los heridos a lugar seguro, e incluso desde los hospitales de campaña a la seguridad de la retaguardia.

Todas las tareas desempeñadas por ellos fueron vitales en la contienda, y ninguno de los ejércitos podría haberse mantenido en línea de batalla ni un solo día sin la vital contribución de los animales de carga.

LA CABALLERÍA. EL CABALLO DE BATALLA:
Lancero alemán. 1917.
Desde que el hombre aprendió a cabalgar, el caballo de batalla y su jinete habían aparecido, sempiternamente, como un actor principal en los campos de batalla de todas las guerras que la humanidad había sufrido antes de la Primera Guerra Mundial. Hombre y caballo se unieron como un arma de guerra magnífica, primero como una forma de hostigar y perseguir al enemigo con proyectiles, hasta que Alejandro Magno conquistó el mundo conocido a lomos de Bucéfalo, dirigiendo a los Compañeros como caballería de choque. Desde entonces, todos los ejércitos fueron evolucionando esta arma, la Caballería, incorporándole cada vez más avances y haciéndose cada vez más pesada. Arneses, estribos, sillas de monta, gualdrapas, etc… colaboraron a dar mayor cobertura al caballo y equilibrar al jinete en la montura.

Durante la Edad Media, la caballería reinó en las guerras que asolaron Europa y Asia. Enormes caballos de batalla, equipados con armaduras y llevando sobre sus lomos caballeros blindados, convirtieron a la caballería pesada en imparable, hasta que la aparición del arco de tejo, primero, y de las armas de fuego, más tarde, limitaron su impacto sobre el campo de batalla.

Para la época de la Primera Guerra Mundial, la caballería había involucionado, regresando progresivamente a lo largo del siglo XIX a sus tareas iniciales en la Historia (hostigar y perseguir). Sin embargo, el periodo de paz que existió en Europa entre 1870 y el comienzo del conflicto, hizo olvidar a algunos (todos) los contendientes las valiosas lecciones que, en forma de sangre derramada, habían aprendido a lo largo del pasado siglo: Las nuevas armas de guerra hacían inviable la supervivencia del jinete y el caballo en la batalla.

Así las cosas, los ejércitos de 1914 mantenían una visión romántica del arma de caballería. Por poner un ejemplo, los regimientos de coraceros franceses desfilaron por París, camino del frente, con sus colores del Primer Imperio, vestidos aun de azul y rojo y con brillantes petos coraza y cascos plateados.

Todas las naciones dispusieron grandes contingentes de hombres a caballo, dispuestos, aun, a dar cargas de caballería, con lanza y sable, cuando lo que se imponía era esconder caballos y hombres bajo tierra, para que no ser masacrados por las inmensas concentraciones de artillería, gases venenosos y ametralladoras; una monstruosa potencia de fuego que hacía imposible el romanticismo de una carga de caballería y la supervivencia misma de cualquier ser sobre la faz de la tierra.

2nd Dragoons Regiment "Royal Scot Greys".
Frante Occidental, 1914.
Por poner un par de ejemplos fácilmente comprensibles para el profano, el Ejército Británico puso en línea de batalla durante 1914 un total de cinco divisiones de caballería, incluyendo dos de los dominios (1ª y 2ª divisiones de caballería Indúes), totalizando unos 40.000 hombres a caballo. Algunos de ellos aun mantenían todas sus tradiciones de caballería históricas, como, por ejemplo, el 2º Regimiento de Dragones (Royal Scots Greys), cuyas monturas se caracterizan por ser espectaculares caballos blancos de lomo gris, una raza especialmente criada para este regimiento; sobre estas monturas marcharon al Frente Occidental en 1914.

El segundo ejemplo es el Ejército Imperial Alemán, que desplegó 110 regimientos de caballería (un total de 11 divisiones) durante 1914, contando con unos 80.000 hombres montados. Posteriormente, se incrementaría este número con 33 regimientos de la reserva, dos de Landwehr (reclutas) y uno de Ersatz (entrenamiento). Mantendrían su rol durante el conflicto hasta que, la escasez endémica de caballos de batalla a partir de 1916, obligó a reconvertir muchas de estas unidades en tropa desmontada.

Monumento a la Caballería Ligera Australiana. Beersebaa.
Aunque la mayor parte de las cargas de caballería que se produjeron fueron desastrosas (en Mons o el Somme, los ingleses aun cargaron con sables desenvainados), se produciría una carga exitosa que pasaría a los anales de la historia, cuando durante 1917, la 4.ª Brigada de Caballería Ligera Australiana tomó la localidad de Beersebaa, durante la campaña de Allenby en Palestina contra los turcos, capturando 800 prisioneros y perdiendo apenas un centenar de hombres.

El caballo de batalla es uno de los animales más hermosos y formidables de la creación. Su evolución a lo largo de la Historia de la Humanidad ha ido ligada, principalmente, a las necesidades humanas para su uso. De los gráciles y pequeños equinos que tiraban de los carros de batalla de Egipto a los formidables y gigantescos ejemplares que portaba la caballería pesada napoleónica, la evolución ha tenido que ver mucho con la guerra. Para 1914, aun cuando algunos regimientos seguían manteniendo la tradición con sus monturas, la mayoría de los equinos ya eran más similares a los actuales caballos de monta que a los más antiguos caballos de batalla.

Aun así, la gran escasez de caballos de batalla durante la Primera Guerra Mundial, obligaría a las unidades de combate a requisar caballos de granja (como el inefable Joey) o de monta y prepararlos en tiempo record para su peligrosa labor.

De entro todos los caballos de batalla desplegados por las naciones europeas y sus colonias, destacaría “Warrior”.



WARRIOR. EL CABALLO QUE LOS ALEMANES NO PODÍAN MATAR:

Warrior montado por el General Mayor Jack E. B. Seely
Exhibición en 1934.
Nacido en una granja de la Isla de Wight en 1908, Warrior fue adquirido por Jack Edward Bernard Seely, Primer Barón de Mottistone, general y parlamentario británico. Seely era uno de los mejores amigos de Churchill, Primer Lord del Almirantazgo, y llegó a disponer de un importante puesto en el Gabinete de Gobierno británico, el de Secretario de Guerra, puesto del que se vió obligado a dimitir tras un turbio suceso, denominado el Caso (o Incidente de) Curragh, justo antes del comienzo del conflicto.

Ocupando de nuevo su cargo de General de Brigada en el ejército, embarcaría hacia el Puerto de Le Havre, Francia, con el BEF, llevando consigo a su joven caballo de guerra. Warrior era un formidable ejemplar de color marrón, con una exquisita preparación militar y una obediencia ciega a su jinete, el General Seely. Como único miembro de un Gabinete Británico en acudir a filas en 1914 (tras su renuncia como Lord del Almirantazgo, se le uniría en el Frente Winston Churchill, siendo los dos únicos miembros de gobierno en combatir en la guerra), Seely tuvo sobre si mismo, desde el primer momento, una gran responsabilidad, intentando convertirse en un ejemplo para sus compatriotas. De hecho, se mantendría en primera línea hasta 1918.

A lomos de Warrior, Seely se vió envuelto en una acción el 31 de agosto de 1914, siendo miembro del Estado Mayor del Primer Cuerpo (Douglas Haig) en la que reclamó haber escapado de una patrulla alemana mientras colaboraba en la retirada del BEF desde Mons hacia el Marne.

Seely ganaría gran reputación por su valor, siempre a lomos de Warrior, siendo premiado con numerosas medallas y cinco menciones de honor, pasando por todos los campos de batalla británicos en el terrible Frente Occidental, incluído el Somme. En 1917 se convertiría en comandante de la Brigada de Caballería Canadiense. Durante este periodo, mandaría también el XV Cuerpo de Infantería en los asaltos para capturar la villa francesa de Equancourt.

En la primavera de 1918 participaría, a la cabeza de la Brigada de Caballería Canadiense, en una de las últimas cargas de caballería de la Historia, en la que Warrior guiaría, entre las balas y explosiones, a su jinete hacia el Bosque de Moreuil, el 30 de marzo de 1918, en los combates entorno a Amiens que surgieron a consecuencia de la Ofensiva de Primavera Alemana.

Heridos ambos por un ataque con gases, serían repatriados al Reino Unido, Seely con el rango de general mayor, uniéndose de nuevo a sus actividades parlamentarias.

Condecoración de Warrior en 2015. Carisbrooke. Wight Isle.
Warrior viviría numerosas conmemoraciones, como uno de los pocos Caballos de Batalla en sobrevivir a la guerra, permaneciendo en primera línea desde 1914. Seely le dedicaría su libro “Warrior: La maravillosa historia del auténtico caballo de batalla”. Warrior sería afortunado; más de ocho millones de caballos y mulas no tendrían su suerte, dejando sus vidas sobre los terroríficos campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.

Warrior viviría una larga y placentera vida en paz, acompañado de Seely, hasta su muerte en la Isla de Wight, en abril de 1941, a la edad de 33 años; justo se habían cumplido 23 años de su gloriosa cabalgada hacia el Bois Moreuil. Su obituario, publicado en el Evening Standard (y posteriormente en The Times) el 4 de abril de 1941, le coronaba como “El Caballo que los alemanes no podían matar”.

Seely escribiría sobre Warrior “para mi satisfacción y sorpresa, Warrior jamás intento huir. Podía sentir su estremecimiento entre mis piernas, ante las tarribles escenas que contemplábamos, pero permaneció conmigo, imperturbable. Warrior era un valiente y cumplió con su tarea sin dudar”.


Warrior contemplaría los mayores horrores de la Primera Guerra Mundial. Tras participar activamente en la retirada de Mons y la batalla del Marne, permanecería con su jinete en el Somme, se hundiría hasta las rodillas en el infierno de lodo y muerte que fue Passchendale (3ª Batalla de Yprés), cabalgaría en apoyo del ataque con carros de combate en el sector de Cambrai y cargaría de cara a la muerte en Amiens. Fue alcanzado por explosiones en tres ocasiones, escapando con vida al esquivar las esquirlas mortales provocadas por las mismas.

Pasados los años, cuando se cumplío el centenario del comienzo del conflicto, Warrior, a título póstumo, recibiría de las autoridades británicas la Cruz Victoria, la máxima condecoración militar que otorga el Ejército Británico. La única concedida a un miembro de su especie.

Una estatua ecuestre levantada en 2014 en el Castillo de Carisbrooke, en el centro de la Isla de Wight, recuerda para siempre a Seely y a Warrior, el “verdadero caballo de batalla”.

MENSAJEROS ALADOS, HÉROES DE DOS ALAS. PALOMAS EN GUERRA:
La Primera Guerra Mundial alcanzó Europa cuando los grandes avances en el mundo de lo que hoy conocemos como telecomunicaciones se encontraban aun en pañales. No había establecido aun un gran circuito continuado de cables telefónicos, y, donde existían este o el más extendido telégrafo, rápidamente la artillería se encargó de triturar cualquier vestigio de comunicación con la línea de frente. Incluso entre las trincheras mismas, la comunicación telefónica era deficiente, y se dependía en muchas ocasiones de corredores humanos o animales, que se jugaban la vida para llevar y traer mensajes entre las trincheras, o desde estas a los cuarteles generales. La vida de cientos de hombres quedaba en manos que un corredor, un perro o una paloma, llegase a su destino en el momento oportuno para solicitar refuerzos, detener u organizar ataques.

La dependencia del músculo animal para transportar los mensajes se hizo obvia desde los primeros momentos del conflicto. Para la comunicación interna entre las trincheras, se usaron, principalmente, perros que transportaban mensajes escritos entre las diferentes unidades… a ellos les dedicaremos un apartado en el siguiente capítulo de esta entrada, Mascotas de Trinchera.

Nos centraremos, por tanto, en los mensajeros alados, las palomas. Símbolo sempiterno de paz, en periodo de guerra serían utilizadas, desde los albores de la Historia, como medio de comunicación entre puestos muy alejados. Desde la Antigua Grecia hasta las Guerras Balcánicas de 1913, la paloma estuvo siempre presente como encargada de trasladar instrucciones, alarmas y otros mensajes, en un tiempo mucho más pequeño que el que podía aportar un mensajero a caballo.

Durante la Primera Guerra Mundial desempeñarían este valioso trabajo con diligencia y eficacia, en el entorno más hostil al que jamás los mensajeros alados se hubiesen enfrentado; volar sobre el paraje lunar en que se convirtieron los campos de batalla de la Gran Guerra, rodeados de explosiones, proyectiles, gases venenosos, aeroplanos, etc… siendo el objetivo predilecto de expertos tiradores equipados con ametralladoras o rifles de precisión, supondría que muchos de estos pequeños mensajeros alados pagasen con sus vidas el cumplimiento de su deber.


Los ejércitos contendientes reclutaron cientos de miles de palomas, equipando incluso unidades especiales de transmisiones que, con el paso de la guerra, desempeñarían también el trabajo de espías. Y es que el ingenio humano equipó a las palomas con cámaras fotográficas que, automáticamente, sacaban fotos del terreno sobrevolado por estas aves, con mayor discreción que los aeroplanos. Las palomas estarían presentes en todos y cada uno de los sucesos relevantes de la Gran Guerra, desde la ejecución del Plan Schlieffen en 1914 hasta el Bosque de Argonne en 1918.

En Verdún, las palomas permitieron mantener la comunicación entre los fuertes de la Región Fortificada, las posiciones de artillería y el Cuartel General. Allí, una de ellas, llamada Valliant, entraría en la Historia y se convertiría en leyenda.

En Cambrai, las palomas acompañarían el avance de los nuevos ingenios, las máquinas infernales llamadas “Tanque”, permitiendo la recepción y envío de mensajes entre estas moles de acero y sus mandos.


Transporte de palomas británico.
Y en las ofensivas, acompañaban a los batallones de primera línea, permitiendo que estos comunicasen su situación, enviasen mensajes de socorro o de refuerzo, salvando muchas vidas en el empeño. Otra de estas pequeñas aves se convirtió en héroe al salvar a un batallón americano durante la ofensiva de Argonne en 1918. Su nombre: Cher Ami.

En una época donde la tecnología y los avances logrados en la Revolución Industrial sometían tierra y hombres, estos pequeños pájaros, desplegando sus alas cuando se las solicitaba, aun prestaron el mayor servicio posible a los hombres, a costa de un gran sacrificio: sus propias vidas.

VALLIANT, “MI ÚLTIMA PALOMA”:
En el curso de los combates en la terrible batalla de Verdún, y como vimos en la anterior entrada, Fort Vaux, un reducto fortificado francés en la orilla oriental del Mosa, fue sobrepasado por una masa de soldados alemanes en el curso de las operaciones ofensivas de mayo y junio de 1916. La guarnición, de unos 500 hombres, mandados por el Comandante Sylvain Eugene Raynal, fue rodeada por más de 10.000 enemigos, triturada por la artillería y asfixiada por gases venenosos. Junto a aquellos héroes franceses, se encontraban cuatro palomas y un cocker spaniel.

La ofensiva contra el fuerte se inició el 2 de junio, con terribles combates en las galerías interiores, convirtiendo la batalla en una carnicería. La resistencia comenzó a llegar al límite cuando, tras dos días de lucha, Raynal comprobó que las existencias de agua se encontraban alarmantemente bajas. A partir del día 3 de junio, intentó comunicar con el Cuartel General en Verdún y el próximo Fort Souville, pero las comunicaciones telefónicas habían sido cortadas por los alemanes. Paloma tras paloma, Raynal intentó hacer llegar una petición de auxilio, una advertencia que su heroísmo tenía fecha de caducidad si no recibían apoyo. Y, paloma tras paloma, fueron abatidas por los soldados alemanes en cuanto abandonaban el fuerte.

El día 4 de junio, sólo le restaba una paloma sin nombre. Raynal escribió una sentida nota, llena de emoción y desesperanza, que decía:
“Aguantamos, pero nos encontramos bajo ataque de gases y humos letales. Es urgente que nos liberen. Comuníquennos por señales ópticas desde Souville, ya que han cortado nuestras comunicaciones telefónicas. Esta es mi última paloma”.

La paloma abandonó el fuerte, pero, desorientada por las explosiones y la presencia de gases tóxicos, dio la vuelta y regreso a la “seguridad” del fuerte, donde continuaba la matanza. Raynal, aseguró el contenedor del mensaje, dejó que la paloma se recuperase y volvió a enviarla. Esta vez, sorteando proyectiles, inhalando gases mortíferos, la paloma atravesó la nube de muerte y continuó su vuelo hasta Fort Tavannes. Allí llegó exhausta, entregó su mensaje y murió, asfixiada por los gases venenosos (el fuerte estaba siendo atacado con difosgeno, un gas axfisiante que destruía las máscaras antigas) y el esfuerzo.

El fuerte no recibió refuerzo alguno, ya que era imposible romper el cerco (varios contraataques fueron deshechos por la artillería alemana), y caería el día 7 de junio, tras una heróica y terrible resistencia.

La paloma, que sería conocida como “Vaillant” recibiría la Legión de Honor a título póstumo, la más alta condecoración militar francesa. Su gesta se recuerda a la entrada de Fort Vaux, con una placa en la que se puede leer una descripción de su gesta, y la mención que quedó registrada en los libros militares franceses y que dice: “Valliant ha obtenido el diploma de honor y una citación en la orden de la la Nación. La paloma ha sido condecorada con la Cruz Militar 14-18. Una citación la elogia diciendo: A pesar de las enormes dificultades resultantes del intenso humo y de la emisión de gases tóxicos, cumplió la misión encargada por el Comandante Raynal. Único medio de comunicación de la heróica defensa del Fuerte de Vaux, transmitió los últimos datos conocidos desde el mismo y, encontrándose intoxicada por los gases venenosos, llego ya moribunda a su destino”.

Su cuerpo fue entregado a un taxidermista y se conserva hoy en día en la sociedad colombofílica militar de Europa, ubicada en Mont-Valerien à Suresnes (Puertas del Sena).

CHER AMI Y EL BATALLÓN PERDIDO:
El 3 de octubre de 1918, en el curso de los terroríficos combates en el Bosque de Argonne, el Mayor Charles White Whittlesey y más de 500 soldados americanos quedaron atrapados en una pequeña depresión, sin comida ni municiones. Habían avanzado como parte de una operación de gran envergadura, pero sus flancos apenas habían obtenido éxito, quedando rodeados por enemigos situados en una posición más alta, desde donde hostigaban al batallón, perteneciente a la 77º División de los Estados Unidos, e impedían su retirada. Además, siendo su posición desconocida por la artillería propia, fueron dados por desaparecidos y comenzaron a recibir fuego de artillería amigo. Tras dos días completamente aislados, habían perdido una gran cantidad de hombres; de hecho, apenas un par de cientos quedaba en pie. Desesperado, Whittlesey mandó una paloma con un mensaje que decía “Muchos heridos, no podemos retroceder”, pero la paloma fue abatida.

Un segundo pájaro fue enviado con otro mensaje: “Los hombres sufren. ¿No pueden mandarnos ayuda?”, pero la paloma también fue abatida.

Sólo le restaba un mensajero, “Cher Ami”. Escribió una nota más detallada en la que especificaba “estamos a lo largo de la carretera paralela a 276,4. Nuestra artillería está bombardeándonos. Por el amor de diós, detenganlá”. La metió en el contenedor y lo ató a la pata de Cher Ami.

En cuanto levantó el vuelo rumbo a casa, los alemanes la hicieron objetivo de sus disparos. Durante unos instantes, Cher Ami voló con las balas zumbando a su alrededor, esquivando la muerte. De hecho, fue alcanzada y derribada, pero, increíblemente, levantó el vuelo de nuevo, en pos de su misión. Tardó veinticinco minutos en recorrer los 40 kilómetros que le separaban del cuartel general, entregando su mensaje, lo que permitiría salvar la vida de los 194 supervivientes. Cher Ami cumplió su misión a pesar de sus terribles heridas… Había sido gravemente alcanzada, perdiendo un ojo y con una de sus patas colgando de los tendones. Llegó cubierta de sangre, pero su heroísmo fue premiado. Entregada a los servicios médicos de la 77ª División, los cirujanos trabajaron duramente para salvarle la vida. Incluso le fabricaron una prótesis de madera para su pata perdida.

Cher Ami, Sociedad Smithsonian.
Cher Ami se convertiría en una heroína, ya que era una hembra de paloma inglesa, entregada al servicio americano a la llegada de la división a Europa. Una vez recuperada, fue enviada a los Estados Unidos, con el mismísimo General Pershing, jefe del Ejército Expedicionario Americano, presidiendo su embarque y despedida de Francia.

Ya en Estados Unidos, Cher Ami se convirtió en la mascota del Departamento de Servicio Postal de Estados Unidos. La paloma sería condecorada con la Cruz de Guerra con distintivo de Hojas de Roble, por su heróico servicio en la entrega de 12 importantes mensajes en el sector de Verdún-Argonne, incluído el relatado. Fallecería el 13 de junio de 1919 en Fort Monmouth, Nueva Jersey, debido a las heridas que había recibido en combate.

Su cuerpo sería entregado a un taxidermista, que lo preparó para su exhibición en la Institución Smithsonian, donde aun se encuentra hoy en día.

MASCOTAS DE TRINCHERA:
Oficial del Cuerpo de Veterinarios del Ejército Británico.
Salónica, Grecia. 1917.
Desde los albores de la Historia, el hombre ha adiestrado a animales para que le sirviesen de compañía, para trabajos simples de apoyo, incluso para llevarlos consigo a la batalla como animales de guerra. La mayor sincronía se creó entre el hombre y el perro, aunque son numerosas las mascotas, como serían conocidos más adelante estos compañeros peludos, que se han adiestrado a lo largo de los tiempos: gatos, monos, aves,… incluso animales salvajes, como lobos, zorros, guepardos, leones, etc.

Para el periodo de análisis, comienzos del siglo XX, las mascotas más habituales eran los perros y gatos, y a nivel militar, su entrenamiento se había destinado a numerosas labores que, anteriormente en el tiempo, no habían desempeñado.

Dependiendo del lugar en el que se encontrasen, las mascotas podían llegar a desempeñar una u otra misión.

Togo, la mascota del Acorazado HMS Dreadnought
Los gatos, por ejemplo, cobraron fundamental importancia como mascotas de barco. Aparte de que las tripulaciones pensaban que les proporcionaban suerte, eran compañeros ideales para controlar uno de los males endémicos en los buques de guerra, que debían pasar meses en altamar: las ratas y ratones. Muchos de ellos acompañaron a los buques de las diferentes flotas y, durante las batallas y enfrentamiento más célebres del conflicto, sufrirían el mismo destino que miles de marineros, reposando sus huesos para siempre en las profundidades marinas. Desde los Dardanelos hasta Jutlandia, los gatos de barco cumplieron su labor con diligencia.

Manfred von Richtoffen, "El Barón Rojo" y su perro.
Las mascotas de trinchera, habitualmente perros y gatos, tenían como función fundamental el acompañar a los soldados que les cuidaban, animándoles cuando todo a su alrededor era muerte y destrucción.

Durante la Primera Guerra Mundial, un gran número de perros fue utilizado en numerosas tareas: como centinelas, mensajeros, transporte de municiones, alimentos o palomas, tiros de ametralladoras y ambulancias, búsqueda y rescate, cazadores de ratas, etc… Se calcula que el ejército alemán utilizó unos 30.000 perros en estas tareas; Francia uso unos 20.000; Italia 3.000, etc… Aunque no encuadrados en unidades regulares, encargadas de una misión concreta, si no asignados a las unidades independientemente, todas las naciones utilizarían miles de ellos.

Fuchsl, mascota de la unidad de Adolf Hitler (izquierda).
Frente Occidental, 1914.
Prácticamente todas las razas de perros pasaron por las enfangadas trincheras de la Primera Guerra Mundial; según la tarea encomendada, se consideraban mejores unas que otras. Bulldogs, Pastores Alemanes, Collies, Retrievers, Dobermans, Jack Russells, Fox Terriers, Pastores Belgas,… fueron usados en una amplia variedad de actividades. Lo importante no era la raza, ni siquiera que fuesen perros de raza, si no el carácter que mostrasen al desempeñar sus (muchas veces arriesgados) trabajos.

Los preferidos para los trabajos de trinchera eran los perros de tamaño mediano, con colores oscuros, con buen oído y sentido del olfato. Muchos de ellos serían destinados a apoyo de las unidades de enfermería, como Perros de la Cruz Roja, también conocidos como “Mercy Dogs”; los primeros en entrenar este tipo de perros fueron el Ejército Alemán, hacia finales del siglo XIX, partiendo de los perros utilizados por los alpinistas para salvamento y ayuda en montaña; posteriormente el resto de naciones comenzaría a introducirlos gradualmente. Los alemanes los llamaron “Sanitatshunde” (perros sanitarios); estaban equipados con pequeñas alforjas con suministros médicos, que llevaban a los heridos en el campo de batalla, confortándoles mientras se aplicaban las curas de urgencia y llegaban los sanitarios.

Mercy dog. Perro Sanitario en acción.
Miles de soldados de ambos bandos, deben sus vidas a la ayuda de estos heroicos canes, aunque, por desgracia, los perros apenas pudieron ayudar a una diminuta fracción de las decenas de millones de heridos que se produjeron durante el conflicto.

Otro trabajo, aun más peligroso, desempeñado por los perros en las trincheras fue el de mensajeros; muchos de ellos se convertirían en auténticos héroes, consiguiendo, indirectamente, salvar miles de vidas, al entregar vitales mensajes cuando las líneas telefónicas habían sido cortadas por el fuego artillero o por la inestabilidad de las mismas. En su trayecto entre las unidades y los estados mayores, atravesaban infinidad de peligros; afilados alambres de espino, trincheras inundadas de barro, cráteres, explosiones de artillería y gases venenosos, francotiradores, etc… Entre los más destacados mensajeros se encuentra el perro de Verdún, un pastor belga malinois llamado “Satán”. Más adelante veremos su historia en detalle.

Otra de las tareas que cumplieron diligentemente, fue la de perros centinelas. Reposando en la trinchera junto a sus compañeros de dos patas, los perros centinelas avisaban de la proximidad del enemigo, evitando los ataques de infiltración y advirtiendo de los ataques de la artillería, gracias a sus agudos oidos. Muchos, tras sufrir ataques de gases en sus propias carnes, aprenderían a detectar el peligro y avisar a sus camaradas antes de la llegada del letal gas. Entre ellos destacaría un perro héroe americano llamado Stubby.

Mascota de trinchera en una unidad escocesa.
Entre los empleos más extraños desempeñados por los perros de trinchera, estaría el de cazadores de ratas. Las trincheras estaban infestadas de estos roedores, que encontraban en los cadáveres y la podredumbre de las mismas, un lugar idóneo para vivir. Se utilizarían Terriers como cazadores, por su habilidad innata para enfrentarse a grandes roedores, permitiendo mejorar las condiciones de sus compañeros humanos.


Finalmente, la mayoría de los perros que combatieron en la Gran Guerra lo hicieron como mascotas personales, de unidad o de gran unidad, función mediante la cual daban cariño y compañía a quién lo requería, en medio del terrorífico apocalipsis que confrontaban, hombres y animales, día a día.


SATÁN. EL PERRO DE VERDÚN:
Satán (Pastor Belga
Malinois)
Tras meses de batalla, durante el otoño de 1916 los alemanes prácticamente rodeaban Verdún. Aun cuando su avance se había detenido en Fleury, a unos 6 km. de la ciudad, la amenaza seguía siendo real… En el curso de las operaciones de mantenimiento del frente, previas al inicio de la contraofensiva francesa, el intenso bombardeo artillero cortó las comunicaciones entre las unidades francesas de primera línea y el estado mayor en Verdún. Esta situación dejaba ciegos a los comandantes franceses, que requerían información urgente del frente, temiendo una ruptura definitiva.

Durante la batalla se habían estado utilizando mensajeros humanos, aunque se habían perdido un número significativo de hombres en una tarea de gran riesgo. La artillería, el humo, los gases venenosos y los francotiradores convertían el camino en un infierno difícil de recorrer.

Por tanto, se escogió un perro mensajero, llamado Satán, para llevar un mensaje a las posiciones próximas a Fleury; la población había cambiado ya muchas veces de manos, y si los alemanes avanzaban sin que los defensores tuviesen órdenes, la ruptura podía ser importante.

Perros con máscaras de protección contra gases venenosos
Satán y su binomio humano salieron de Verdún, con el mensaje y un par de cajas acopladas a la espalda del malinois. Su compañero le equipó con una máscara antigas, mirando con pavor el humo parduzco que se elevaba desde las posiciones que Satán tenía que alcanzar. Con una palmada y un susurro puso a Satán en marcha.

A la carrera, como alma que lleva el diablo, Satán salió hacia su misión… La primera parte del camino la completó rápidamente, ya que se encontraba despejada y aun había alguna cobertura. Zigzagueando en su avance, como le había enseñado su preparador, a fin de reducir la capacidad de apuntarle de los tiradores enemigos, subió hacia las alturas del Mosa.

De repente, todo se volvió terror… cráteres cubiertos de despojos humanos y barro, explosiones, humo tóxico… Satán avanzaba a ratos corriendo, a ratos arrastrándose, buscando protección en los cráteres… En ese ambiente es fácil desorientarte, por lo que Satán apareció por fín cerca de su objetivo, pero teniendo que recorrer el infierno de unos metros sobre un terreno sin protecciones.

Los soldados franceses vieron aparecer una figura fantasmal entre el humo, corriendo como una centella. Su aspecto, con la máscara antigas y las cajas en su lomo, le asemejaban a un monstruo alado con sus alas recogidas. Comenzaron a llamarle, pero un francotirador alemán le había visto también.

El disparo le alcanzó en uno de sus pies y, aunque tan sólo le rozó, le daño su planta y le hizo caer con un quejido… Los franceses le llamaban, temiendo que hubiese caído, pero se levantó y, tras orientarse en el caos, avanzó hacia la trinchera, arrastrando su pata herida… pero el francotirador alemán le había fijado, y un nuevo disparo le alcanzó de lleno en sus cuartos traseros… derribado nuevamente, comenzó a sangrar profusamente mientras se quejaba; el dolor era insoportable. Los soldados franceses, que lo tenían muy cerca, arriesgaron sus vidas para ayudarle…

Llevado a la trinchera en volandas, vieron que estaba grave… recuperaron el mensaje que transportaba y abrieron las cajas… en ellas había dos palomas. Escribieron sendos mensajes informando de la situación y de las posiciones alemanas, comentando que se encontraban bajo ataque y necesitaban refuerzos, y las enviaron con ambas palomas… una de ellas sería abatida según levantó el vuelo, pero la otra completaría el trabajo.

La artillería francesa acalló los esfuerzos alemanes por avanzar en el área, y nuevos refuerzos se pusieron en camino… Verdún no caería.

Satán se recuperaría de sus heridas y se retiraría con honores del servicio, convirtiéndose en héroe nacional de Francia.

SOLDADO JACKIE:
Jackie era un babuino de Chacma que fue encontrado en una granja sudafricana por su propietario, Albert Marr. Hombre y animal se convirtieron en grandes amigos, y cuando Albert fue llamado a filas, Jackie lo siguió.

Alistados en el 3.º Regimiento de Infantería de Sudáfrica, partieron para el temido Frente Occidental. Rápidamente, la inteligencia y capacidades sociales de Jackie lo convirtieron en extremadamente popular entre los soldados del regimiento, hasta que los mandos decidieron elevarle al rango de “Mascota del Regimiento”, lo que le daba derecho a portar uniforme, a una paga y mejores raciones.

Jackie se convertiría en un excelente soldado, siempre dispuesto a cuadrarse y saludar cada vez que un oficial pasaba. Durante 1915 el regimiento fue enviado a Europa, y allí, tanto Albert como Jackie prestarían servicio durante tres largos años. Jackie demostró que en línea de frente era extremadamente útil, alertando al regimiento cuando escuchaba que el enemigo se aproximaba.


Soldado Jackie. Exhibición 1919.
En 1916 Albert fue herido, y Jackie permaneció fielmente a su lado durante la convalecencia. Reincorporados al frente, combatieron hasta que en 1918, durante una acción en el área de Yprés, fueron alcanzados por la deflagración de un proyectil de artillería pesada. Jackie fue gravemente herido, y enviado al puesto médico de retaguardia, donde el cabo que le trasladó suplicó al equipo médico que lo salvasen. Los cirujanos lo durmieron y le amputaron la pata derecha, pero salvaron su vida.

Recobrado por completo, fue ascendido al rango de cabo, recibiendo una medalla al valor, lo que le convierte, probablemente, en el único mono condecorado en la Historia. Licenciado del ejército con honores, regresó a la granja de la que había salido, donde vivió hasta su fallecimiento en 1921.

SARGENTO STUBBY. EL PEQUEÑO HÉROE AMERICANO:
Stubby fue un perro, mezcla de Pit Bull y algún tipo de Terrier (hay quién lo identifica con un Bull Terrier o un Boston Terrier, pero la realidad es que no tenía una raza cierta), nacido en Connecticut en 1916. Fue encontrado por el Cabo Robert Conroy rondando los campos de la Universidad de Yale en New Haven durante 1917, cuando aun era un cachorro con pocos meses de vida.

Cuando Conroy embarcó hacia Europa con su unidad, el 102.º Regimiento de Infantería, llevó consigo a Stubby, al que ocultó a sus oficiales en el barco hasta que fue descubierto, momento en que Stubby saludó al oficial como Conroy le había enseñado en el campo de entrenamiento. Stubby agradó al oficial, quién le permitió quedarse con la tropa.

La 26.ª División de Infantería de los Estados Unidos, “Yankee”, en la que se encuadraba el 102.º Regimiento, fue destinada al temido Frente Occidental, entrando en combate por primera vez el 5 de febrero de 1918, en Chemin des Dames, al norte de Soissons, uno de los más terribles terrenos de batalla de la Primera Guerra Mundial. En total, la unidad participaría en cuatro ofensivas y diecisiete batallas… Y en ellas estaría Stubby. Siguiendo fielmente a su amo, atacó las posiciones alemanas, una y otra vez… Sufrió los intensos bombardeos de marzo del 18, y en abril, durante un ataque para conquistar Schieprey, fue el primer americano en alcanzar las trincheras alemanas, y fue herido en sus cuartos traseros por una granada de mano lanzada por uno de los alemanes en retirada.

Fue enviado a la retaguardia para sanarlo y guardar un periodo de convalecencia, y con el llevo su alegría, que permitió mejorar la moral de los soldados heridos. Cuando se recobró, regresó a las trincheras, con su unidad, mostrando sus cicatrices con orgullo.

Pocos días después, sería nuevamente herido, esta vez en un ataque con Gas Mostaza. Como vimos en anteriores entradas, este es un gas devastador, aunque Stubby consiguió reponerse rápidamente y aprender a olfatear el gas mortal antes de su llegada, lo que salvaría al regimiento en numerosas ocasiones. Se distinguió como guardián, detectando infiltradores, alertando sobre ataques de gas y de artillería antes que esta empezase a caer, gracias a su olfato y oído superiores; aprendió a localizar hombres caídos en la tierra de nadie y a ayudarlos.

El regimiento le regalaría una máscara de gas especialmente diseñada para el, a fin que pudiese salvarse de los ataques de gas constantes. Trasladado el regimiento a la región de Argonne-Mosa, participó activamente en los combates en el Bosque de Argonne, uno de los más terribles del conflicto. Fue el único responsable de la detección y detención de un espía alemán, hecho que le valió la nominación por parte del comandante del 102.º Regimiento para su nombramiento como Sargento. Este hecho levantó mucha polvareda, ya que se discutió ampliamente sobre si era un soldado, realmente, o no.

Tras participar en la liberación de la ciudad de Chateau-Thierry, las mujeres de la localidad le tejieron un abrigo militar, sobre el que sus compañeros comenzaron a colocar las muchas medallas que había ganado en los meses previos. Aun le dio tiempo a participar en los combates posteriores a la toma de la ciudad, siendo herido por metralla en el pecho.

Aunque no existen evidencias de su nombramiento como Sargento de forma oficial, pasó a ser nombrado Sergeant Stubby “Sargento Stubby”. Recobrado de sus heridas, fue devuelto a Estados Unidos por su compañero Conroy. Allí se convertiría en una estrella, liderando numerosos desfiles militares a lo largo del país. Recibido por tres presidentes americanos sucesivamente (Woodrow Wilson, Calvin Coolidge y Warren G. Harding), sería condecorado por el General Pershing con la medalla de oro de la Sociedad para la Educación Humana, de cuya entrega procede su famoso book fotográfico.

En 1921 se convertiría en la mascota oficial del equipo de Fútbol del Centro Universitario Legal de Georgetown. El Sargento Stubby moriría en 1926, siendo su cuerpo entregado a un taxidermista, y su efigie donada, en 1956 a la Institución Smithsonian, donde aun está hoy en día.

Stubby obtuvo una esquela de media página en el New York Times, más que muchos hombres notables fallecidos en su misma época. Con su sacrificio y compañerismo, había logrado convertirse en una celebridad, en el auténtico “pequeño héroe americano”.

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Dedicado a la memoria de los millones de seres humanos y animales fallecidos durante la Primera Guerra Mundial. Y como no, a mis pequeños compañeros, que siempre están cuando les necesitas.