jueves, 8 de noviembre de 2018

11:00h. 11/11/1918: Cuando repican las campanas, los pájaros lloran



1918. Undécimo día del undécimo mes. Onceava hora. La guerra ha finalizado. Repican las campanas. Callan las armas.

Atrás quedan más de cuatro años de un horror inimaginable, de una bajada a los infiernos que la Humanidad, a pesar de los peores presagios, ha soportado. Atrás quedan más de setenta millones de soldados cuyas vidas se verán marcadas, de forma irremediable, por el infierno que han vivido.
Diez millones murieron, la inmensa mayoría desaparecidos para siempre, sepultados y desenterrados hasta la desintegración por los millones de obuses que golpearon la sufrida tierra. Para los supervivientes, es el renacer, un alivio temporal que no podrá ocultar las horribles heridas que la guerra ha dejado sobre ellos: once millones de mutilados, veinte millones de heridos, que han perdido el rostro, o la cordura, o la salud, víctimas de enfermedades temibles que dejaran en ellos efectos permanentes, como la viruela, el tifus, la malaria o el cólera.

El once de noviembre de 1918 llevo la esperanza a millones de europeos, ahítos de tanta muerte y destrucción, de un hambre indecente que asoló las naciones combatientes, especialmente a las continentales; de la enfermedad que se extendió por la tierra, y seguirá haciéndolo con epidemias terribles, como la gripe española de 1.918, que segará unos cincuenta millones de almas en todo el mundo, epidemias derivadas de la falta de higiene y alimento que la guerra trajo consigo.


Poco queda ya de aquellos años de esperanza, de Belle Epoque previos a la guerra; las bondades que había traído la Revolución Industrial a la burguesía urbana habían sido arrasadas; los Imperios europeos sucumbieron al conflicto, despedazándose en pequeñas naciones, eliminando emperadores o sumergiéndose en los riesgos de la revolución y el conflicto civil; en Rusia, la Revolución de Octubre llevo consigo la instauración de un régimen de terror encabezado por los bolcheviques de Vladimir Lenin, y perpetuado por su sucesor, Josef Stalin, que supondrá a los exhaustos y hambrientos habitantes de Rusia, sufrir nuevas penalidades, guerra y muerte; se estima que veinte millones morirán durante la sangrienta represión bolchevique y posterior guerra civil.

El once de noviembre de 1918, a las once horas, en cualquier caso, renacía la esperanza; esperanza en que los gobernantes comprendiesen la futilidad de la guerra, aparcasen sus rivalidades y pactasen una paz universal que durase por siempre. El nacimiento de una nueva esperanza, basada en una Liga de Naciones que debería ser vigilante, e impedir que el infierno volviese a abrir sus puertas, para que el diablo engullese a millones de almas, en las llamas de tan gigantesco conflicto.

Repicaron las campanas, y los pájaros regresaron a la devastada tierra. Y lloraron al ver los bosques destruidos, las colinas hundidas, los pueblos desaparecidos, el nauseabundo olor a cordita, a descomposición, a muerte; pero se quedaron, convirtiendo sus lloros en cantos que animaron a los pobres diablos que aun habitaban las trincheras, esas horrendas llagas que el hombre había excavado sobre la tierra.

Repicaron las campanas, como en 1914, pero su sonido fue diferente… En 1914, tronaron con alegría, para acompañar a los inconscientes hombres que, contemplando la guerra como un hecho heroico, patriótico, glorioso, partieron a dejarse la piel, la vida, la salud en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial; ahora sonaban a muerte, a silencio, a recuerdo, como el llanto de una plañidera en un velatorio. Un sonido triste, un recuerdo a los millones de víctimas de un brutal conflicto, de la primera guerra moderna.

Pero tañeron también con esperanza en la paz, una esperanza que, un año más tarde, caería hecha añicos cuando el presidente de la República francesa, Georges Clemenceau, imponía sus tesis vengativas sobre las potencias derrotadas, sembrando, con la firma del Tratado de Versalles, el germen de una guerra peor, aun más brutal, demoledora, violenta e impúdica que la que finalizaba.

Hoy, onceavo día del onceavo mes de 2018, celebramos el centenario del final de aquel conflicto terrible, del que, por desgracia, tan poco hemos aprendido.


Desde este blog un recuerdo para los más de diez millones de soldados caídos combatiendo con las naciones participantes en la Primera Guerra Mundial:

11.       Australia: 61.928 vidas.
22.       Canadá: 64.944 vidas.
33.       India: 74.187 vidas.
44.       Nueva Zelanda: 18.050 vidas.
55.       Dominio de Terranova: 1.204 vidas.
66.       Sudáfrica: 9.463 vidas.
77.       Reino Unido: 885.138 vidas.
a.       Total, Imperio Británico: 1.114.914 vidas.
88.       Bélgica: 58.637 vidas.
99.       Francia: 1.397.800 vidas.
110.   Grecia: 26.000 vidas.
111.   Italia: 651.000 vidas.
112.   Imperio de Japón: 415 vidas.
113.   Montenegro: 3.000 vidas.
114.   Portugal: 7.222 vidas.
115.   Rumanía: 250.000 vidas.
116.   Imperio Ruso: 1.811.000 vidas.
117.   Serbia: 275.000 vidas.
118.   Estados Unidos: 116.708 vidas.
a.       Total, Naciones de la Entente: 5.711.696 vidas.
119.   Imperio Austrohúngaro: 1.100.000 vidas.
220.   Bulgaria: 87.500 vidas.
221.   Imperio Alemán: 2.050.897 vidas.
222.   Imperio Otomano: 771.844 vidas.
a.       Total, Potencias Centrales: 4.010.241 vidas.
223.   A ellos hay que sumar las pérdidas sufridas por tropas irregulares en Oriente Medio y África.
224.   Y a los no menos de diez millones de civiles fallecidos por acción directa o indirecta del conflicto.

Datos obtenidos del Centro Europeo Robert Schuman.

“NO OLVIDEMOS, MANTENGAMOS EL RECUERDO”.



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